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El Novae Terrae 2 - primer fragment

"El Novae Terrae ", de Bloodwitch Luz Oscuria
"El Novae Terrae ", de Bloodwitch Luz Oscuria

Este es el primer fragmento de mi novela, "El Novae Terrae 2 : La Guerra del poder", en su versión traducida por Xavier Méndez.

La primera ley sobre la situación de los de-mentes fue promulgada por Jean-Étienne Esquirol, padre de la organización de la psiquiatría francesa, en 1838. Aquello permitió, entre otras cosas, la crea-ción de centros de acogida en cada departamento del país para aquellos que presentasen signos de demencia. Así pues, aquellas personas tan especiales adquirieron el derecho a ser curadas como pacientes. Tras varias modificaciones de la ley inicial, el 18 de diciembre de 1839, lo que entonces se llamaba asilos se convirtieron en centros públicos, especializados en el tratamiento de los problemas mentales más severos.

En 1941 aparecieron a la vez los electrocho-ques y la lobotomía, entre otros. En 1952 se admi-nistraron los primeros neurolépticos. Y las monjas desaparecieron finalmente de esos centros en 1964. Hoy en día los asilos de antaño se llaman hospitales psiquiátricos, con todo lo que ese nombre implica para mucha gente. Pero para ser correctos, nos gusta llamarlos centros hospitalarios especializados antes que asilos. Para los que no les gusta mucho hablar de estos centros un tanto singulares, precisemos que algunos famosos murieron en alguno de ellos, como el marqués de Sade, Camille Claudel, o también Guy de Maupassant.

Pero ahora no se trata de una personalidad famosa, hoy quien acaba de entrar en el hospital Esquirol, llamado así por el creador de la primera ley sobre la situación de esa gente apartada, es Tomasz Wlidúcius. Desde que lo internaron en ese centro, su incomprensión ha ido a más. Ignora qué hizo, y al mismo tiempo no se acuerda de quién es, y aún me-nos qué le ha podido pasar.

Lo único que recuerda es que se despertó ro-deado por cuatro hombres abalanzados sobre él y salidos de no se sabe dónde. No reconoció el lugar donde había recobrado el conocimiento. Y mientras los policías lo llevaban tras haberlo esposado, lo úni-co que pudo ver fue una mesita delante de un sofá, y una librería en la que vio cajas. No pudo saber por qué la cabeza le daba vueltas. Enseguida lo llevaron por unas escaleras hasta el exterior, luego travesó un patio antes de salir de las instalaciones y subirse a un vehículo de policía.

Se acuerda de que lo llevaron a un hospital, donde le hicieron varias pruebas, una de ellas le pa-reció curiosa porque le pusieron unos electrodos en las sienes. Tan sorprendido como indeciso, no opuso resistencia a todas las pruebas que le hacían. Tam-bién permaneció dócil cuando lo sentaron en el pasi-llo al lado de policías, a la espera de los resultados. Cuando una enfermera vino a buscarlo, uno de los agentes que había allí se interpuso. Oyó vagamente que sufría amnesia, lo cual lo sorprendió enorme-mente en aquel momento. Y en cuanto se enteró de aquello, por más que intentó acordarse de lo que había pasado antes de que se desmayase y que los policías lo despertasen, no fue capaz de recordar nada.


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