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La Sombra del recuerdo - tercer fragmento

"La Sombra del recuerdo", de Bloodwitch Luz Oscuria
"La Sombra del recuerdo", de Bloodwitch Luz Oscuria

Este es el tercer fragmento de mi novela, "La Sombra del recuerdo", en su versión traducida por Aarón Ortiz.

Las cosas han cambiado desde el 2015 al 2018. En el primer año, me mudé a Toulouse y hallé mi primer trabajo en una imprenta a cargo de una mujer diez años menor que yo: Stephanie. Conseguí una fuente de ingresos, pero, ante todo, me encontré con un amor que creí sincero. De cualquier manera, lo fue por mi parte; por la de Stephanie, no lo creo.

Después de tres años que compartimos, pues ella vivía encima de mi mugriento estudio, prefirió a un hombre más joven. —Debería haber sabido que no funcionaría, no con una diferencia de años tan marcada. Aparte de esto, creo haberme cruzado ya, parejas que difieren bastante en cuanto a edad, y no noté infelicidad en ellas. Observé que tenían todo lo apasionante y hermoso que la vida puede ofrecer.

Quizá la vida me ha negado tal oportunidad. Stephanie me abandonó. Poco tiempo después, dejó también su apartamento para mudarse con su novio, y no he tenido más noticias de ella. Tal decepción me obligó a renunciar a mi trabajo, no me dio muchas opciones —¡Vaya estupidez! Me gustaba ese trabajo. Especialmente, amaba la amistad de Louis. Incluso, las lágrimas se asomaron a mis ojos cuando nos despedimos en mi último día. Igualmente me fue difícil, pues él era mi soporte de algún modo. A veces era un poco bruto, pero era un hombre bueno, que llevaba su corazón en sus manos. Y, si a alguien lamento haber perdido en esa empresa, es a ese hombre.

¡Ah, Stephanie! ¡Pequeño pedazo de mujer que me asombró cuando la vi por primera vez! No hallaré nunca las palabras correctas para los buenos y bellos momentos que vivimos; antes de que la vida le pusiera a aquel joven que logró dejarme fuera de tu corazón. El olvido no tocará la memoria de aquella velada en que teníamos que celebrar su cumpleaños de una manera más o menos digna, misma noche en que le sorprendió mi conversación con Mylène, en la que le contaba mi mortal sueño de la noche anterior. Y cambió en absoluto.

Las lágrimas afloraban en sus luceros apenas se habías lanzado a mis brazos. Y encontré tan dulce eso, pues me di cuenta que se sentía mal por haber estado espiando mi conversación. Nos habíamos quedado así un momento, abrazaba mi cuello y yo no sabía qué decirle, ni mucho menos, qué hacer. Y luego de una eternidad así, me miró con el alma y me preguntó por mis pesares. No sabía si responderle. No me molestaba que supiera mis penas en ese momento, mas, eso significaba también hablarle de mi pasado, algo de lo que había tenido sumo cuidado, ya que siempre intenté que supiera lo menos de mí.

Mas ella, sabía que la mayor parte de mi pasado había volado, producto de una agresión que sufrí. Sin embargo, jamás pude contarle todo lo que había aprendido desde ese pasado difuminado en el olvido. Aun había guardado el contenido de las pesadillas que me permitían desentrañar las cosas que, poco a poco, se me presentaban.

Pero esa vez, rompió toda resistencia en mí. De cualquier modo, si quería algo con ella, tenía que decirle lo que escondía: esos agobios que me atormentaban, esos que Mylène y mi madre me había pedido repetidas veces que ignorara, y que pensara en seguir en lugar de regresar mi mirada atrás.

Y así, esa noche nos sentamos en su sofá y solté todo lo que recordaba haber vivido. Conoció la gran cicatriz que dejó la tragedia en mi vientre. Estaba alterada, tanto que había pasado encima sus dedos, examinando con atención de un extremo a otro, antes de preguntarme ella si aún sentía yo algo en ese momento.

Sonreí y le dije que no sentía ya nada. Y desde allí, dejé de entender cómo la situación perdió el control. Aquel fue el comienzo de una pequeña, pero no por ello, preciosa historia que duró tres años. Tres años llenos de eventos, buenos en gran parte, pero arrastrando siempre la desgracia.


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