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La Niebla del olvido - primer fragmento

"La Niebla del olvido", de Bloodwitch Luz Oscuria
"La Niebla del olvido", de Bloodwitch Luz Oscuria

Este es el primer fragmento de mi novela, "La Niebla del olvido", en su versión traducida por Xavier Méndez.

—¡Manos arriba!

La sangre me empieza a hervir por dentro del cuerpo. Esa voz tan fría, tan grave, tan… Tantas cosas se me arremolinan en la cabeza en este momento. Creo que soy consciente de lo que pasa, sin embargo me pregunto…

—¡He dicho que manos arriba!

La voz ya no era tan tranquila como la primera vez que sonó. Ahora el miedo se apodera de mí. Lo que me rodea es real, reconozco el lugar, pero se me acaban cerrando los ojos. Es por miedo, seguramente.

—¡Voy a disparar!

—¡No!

Levanto las manos. El gesto es tan mecánico que no estoy segura de haberlo hecho por mí misma. El silencio me rodea. No veo nada, no oigo ya nada. Me parece como estar en una tienda.

—¡La caja!

Llega a mis oídos un ruido de un cajón. A la cajera se le escapa un débil grito. Luego oigo al agresor que carga su arma. Va a disparar, seguro. Da igual quien fuera o lo que quisiera, va a haber una víctima.

Me llamo Catherine, tengo 35 años. Estoy haciendo la compra para poder llenar el estómago, pero también para alimentar a mi hijo, William. Tiene 5 años, y me espera pacientemente en casa de Claire, su amable niñera, a quien se lo he confiado esta mañana antes de irme al trabajo. Es ella quien lo ha llevado a la escuela, como todos los días de lunes a viernes. Es ella quien lo ha recogido después de la escuela, le ha dado la merienda, ha jugado con él… Lo que a cualquier mamá le gustaría mucho hacer en compañía de su hijo. Pero resulta que tengo un cargo, bastante bien pagado, todo hay que decirlo, en una compañía de préstamos en un banco muy conocido. Soy rica, vivo en un buen apartamento en pleno corazón de París, que además es mío propio. Los sacrificios tienen un precio.

—¡Date prisa!

La vuelta a la realidad es tan brusca que se me abren los ojos. Y por fin veo lo que estos no querían mostrarme. Un hombre encapuchado, vestido todo de negro, apuntando en la sien a la pobre cajera, aterrorizada, mientras esta vacía la caja en la bolsa que él le acerca, impaciente.

Yo debería huir. Y rápido. Sin embargo, no puedo moverme. Todavía estoy con las manos en el aire, y no sé ni siquiera por qué. Mi mirada se queda fija en ese hombre, de quien sería imposible, fuera quien fuese, dar el mínimo detalle para una descripción. Parece delgado, y es esbelto. Desde donde yo me encuentro, no puedo ver a nadie más. No se distinguiría de cualquier otra persona, si no fuera por su acento cuando amenaza a la cajera. Parecería que intenta camuflar torpemente la voz, inventarse un tono que no le es propio. ¿Quizá con el objetivo de que no lo reconozcan? Es seguramente lo que yo habría hecho, si…

¡Pero yo no soy ninguna criminal! Soy una honrada madre de familia. Tengo un trabajo, bien pagado además, tengo un hijo a quien amo infinitamente, tengo una niñera que vale su peso en oro que se ocupa de él como si fuese su propio hijo, tengo… tantas cosas. Y nada a la vez.

¿El padre de mi hijo? No lo sé. Ese hombre desapareció de mi vida antes de que William viniera al mundo. Es lo que pasa cuando no se escoge a la persona apropiada para formar una familia. Y no, no es algo que sólo les pase a los demás, yo también he tenido que pasar por eso. A mí también me ha tocado vivir un sinfín de pruebas, de penas y de alegrías. Pero sobre todo son las primeras lo que más se retiene. Lo bueno es que no sé muy bien a dónde se fue. Es algo totalmente enterrado en las profundidades de mis recuerdos. Es tan lejano que prácticamente no me acuerdo de nada. Todo está borroso, no hay nada claro.

Es por esa razón por la que estoy en seguimiento. Cada semana tengo que ir a la consulta del doctor Tullier durante una hora larga. Es un hombre bárbaro, consigue, yo no sé cómo, comprender el sufrimiento de la gente sin pestañear, y quien sabe dar siempre buenos consejos.

¡Bum!

Luego, silencio. Ha disparado. Todo ha ido tan deprisa que ya no hay nadie cuando decido mirar hacia la caja. ¿Dónde está? ¿Y ella, la cajera, dónde está ella?

Estoy paralizada en este preciso instante. Tengo mucho miedo de lo que me voy a encontrar al acercarme a la caja. Porque sé muy bien lo que voy a ver. Un charco de sangre en el suelo. Y la cajera va a estar en él. ¿Dónde iba a estar la bala que acababa de recibir?

Mi carrito puede esperar, mis pies se dirigen hacia la escena del crimen sin que pueda resistirme. Y al final de esos pocos metros que me separan de lo que me obnubila los pensamientos, lo veo. Exactamente lo que me imaginaba unos segundos antes. Tengo la impresión de haber vivido ya esto. ¿Pero cuándo? ¿Y en qué circunstancias exactamente? No consigo recordarlo, esas imágenes me parecen de repente tan lejanas. Como la mayoría, para ser honesta.

El silencio se vuelve a hacer amo del lugar. Me parece que estoy sola. No había ya nadie cuando hice mi entrada triunfal, con mi carrito en sus últimas con esas ruedas tan desgastadas que chirrían a coro unas tras otras. Ahora, esa soledad me molesta. Bueno, creo que me molesta. No lo sé, es una sensación extraña que se adueña de mí e ignoro cómo interpretarla.


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