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El Novae Terrae 2 - tercer fragmento

"El Novae Terrae 2, de Bloodwitch Luz Oscuria
"El Novae Terrae 2, de Bloodwitch Luz Oscuria

Este es el tercer fragmento de mi novela, "El Novae Terrae 2 : La Guerra del poder", en su versión traducida por Xavier Méndez.

Un tiempo después, en Rumanía, todos los residentes de la guarida de los Eternos, bajo la forta-leza de Poenari, llevaban tiempo preparándose. Pero al despuntar aquella noche, cuando el sol apenas acababa de ponerse, ya hacía unas horas que Mylena había salido del escondite de los Eternos, bajo la fortaleza de Poenari. Sintió una gran necesidad de tomar el aire, pues había llegado a la situación en que empezaba a dudar de sus capacidades para pro-teger a la vez a sus Eternos y al Cazador frente a lo que les esperaba.

Esas últimas semanas las pasó principalmente preocupándose de la educación de su hija, mientras Tomasz se partía el espinazo aprendiendo a batirse con los mejores Eternos. Estaba orgullosa de él, pero al mismo tiempo ella no tenía la sensación de estar en su lugar. Ella sentía que sólo servía para cuidar a su hija. Los Eternos llevaban tiempo mostrándole que no necesitaban su ayuda, y ella se había visto bastante limitada.

En el interior, Tomasz todavía seguía entre-nándose en una sala que habían habilitado para el entrenamiento cuando, de repente, aparecieron dos formas luminosas en el centro de la estancia de la guardia de los Eternos. Los allí presentes empezaron inmediatamente a entrar en pánico y a pedir ayuda, lo cual hizo reaccionar al Cazador, que se precipitó raudo hacia los gritos. Cuando se presentó en la sala, descubrió con estupefacción que las formas lumino-sas dibujaban el contorno de dos seres de aspecto humano.

Tomasz reconoció a uno de ellos al instante, cada vez iba tomando más el aspecto de Eleonor Rostódov. En cuanto al otro, no pudo recordar a quién pertenecían ese fino bigote y esa barba nacien-te, igual de negros que su cabello corto que le deli-mitaba el rostro. Ni los ojos azules de aquel hombre, ni su nariz tan particular, le dieron pistas de quién podría ser. Agarró su espada, que había tenido con-sigo desde que había salido de la sala de entrena-miento, dispuesto a combatir.

—Vaya, vaya —le dijo Eleonor—, pensaba que erais más lentos para reaccionar, mi querido Tomasz.


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